—¿Quién es
usted y qué ha hecho con mi adorable jefa?
Enarqué una
ceja y miré a Lorito con cara de pocos amigos.
—Yo a veces
me peino. No sé por qué me miras con esa cara de sorpresa.
—No es que
no estés guapa, que tú siempre estás guapísima. Eres la más guapa de las jefas
del mundo… —Puse los ojos en blanco. Era pelota hasta el hartazgo—. Es solo que
pareces una señora. Una señora seria…
Parpadeé.
¿Seria? ¿De
verdad? Estuve a punto de reír, pero no tenía ganas. Hacía días que no tenía
ganas de reír, pero había decidido que iba a cambiar, que iba a dejar atrás mi
vieja vida, y aquel cambio de peinado era el primer paso para ello. Tal vez ser
seria de una vez no era una mala idea.
Esbocé una
sonrisa ladeada que le hizo dar un paso hacia atrás.
—Algunos
dirían que ser seria no es malo. ¿No es lo que siempre decís los secretarios,
que las autoras de verdad son serias?
No tuvo otro
remedio que callar. Más le valía. Sabía que no estaba de los mejores humores
posibles desde que Alain… en fin, que no estaba de los mejores humores
posibles.
De todas
formas, ¿qué podía decir, si tanto él como su amiguito francés se habían tirado
casi dos años dándome la tabarra con que tenía que portarme como el resto de
las autoras?
Pues ahora
les iba a dar la razón para variar, aunque solo fuera por hacer algo, porque si
no hacía nada iba a reventar.
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