sábado, 8 de febrero de 2014

EL SECRETARIO: EL VIAJE (PARTE 1)

Yo seguía inquieta y no podía evitarlo.
Aunque Alexia no había vuelto a asomar sus rojos labios y su gordo culo por nuestra casa desde las navidades, eso no quería decir que no estuviera muy pendiente de todo lo que sucediera allí.
A pesar de que Lorito y Alain parecían vivir en su mundo feliz, al final acabaron por darse cuenta de que algo me pasaba. Vamos, que tampoco eran tan tontos, a pesar de ser hombres.
-¿Estás triste, nerviosa, preocupada? ¿Te duele algo? ¿Alguno de tus héroes no acude a tus sueños en paños menores? -Alain hizo la última pregunta con una sonrisa torcida que me dio ganas de tirarle una grapadora. Por desgracia, habían desaparecido todas de casa misteriosamente. Me hice una nota mental: comprar unas cuantas para casos de emergencia.
Enarqué una ceja, lo que debería haberle servido como advertencia para no seguir insistiendo, pero a veces se olvidaba de que mi paciencia tenía un límite. Y de que ese límite no era demasiado difícil de alcanzar.
-¿Te lo repito otra vez, o prefieres seguir pensando que todo es Supercalifragilisticoespialidoso?
Él suspiró.
-Te propongo algo. Y antes de que digas nada, te diré que no tiene nada que ver con el trabajo. Nada de miradas de “trabaja, trabaja” o de “haz algo”.
Le miré más que sorprendida.
¿Era posible que Alain Panphile, el secretario perfecto, fuera capaz de olvidarse del trabajo por una vez? La sola idea de que eso fuera posible me hizo sonreír.
-¿Vas a darme vacaciones?
Hizo un intento de parecer serio, pero al final tuvo que desistir. Incluso se encogió de hombros en algo similar a la despreocupación. Me pregunté si no debería preocuparme.
-Algo así -dijo, pero luego calló.
Se dirigió a la cocina y puso la tetera al fuego. Ahora que había conseguido que me olvidase de mis preocupaciones, me haría sufrir un rato, el muy capullo. Otra vez deseé tener una grapadora a mano. A falta de material de oficina, eché mano de un cucharón de madera.
-Confiesa o te arreo.
Con un delicioso té preparado para mí en la mano, Alain me miró con una de sus viejas expresiones, a medio camino entre el hastío y el aburrimiento.
-Suelta eso o tiro este mejunje.
Sostuvimos un duelo de miradas durante unos segundos eternos. Al final decidí que me apetecía ese té, y que prefería tomármelo caliente. Solté el cucharón y acepté la taza, fingiendo dignidad, porque me gusta perder ni a las damas.
-Me las pagarás -gruñí al pasar junto a él camino al salón, donde estaba Lorito fingiendo que no cotilleaba lo que estaba pasando-, amenazar con tirar el té es de lo más rastrero, que lo sepas.
-¿Qué te parece París?
Me detuve a mitad de camino y me giré con brusquedad, estando a punto de dejar caer mi taza favorita.
-¿Qué me parece para qué?
Alain sonrió, haciendo una pausa dramática digna de un Oscar. Si seguía así le iba a decir que dejara su puesto para dedicarse a la escena, porque el drama se le daba de maravilla al mamón.
-Para hacérmelas pagar, petite… -dijo la última palabra exagerando su acento de una forma que hizo que me estremeciera.
Entonces entendí por qué a algunas las pone burras el acento francés. O tal vez fue su forma de decirlo, con esa mirada que no tenía nada de cándida ni de formal. De haber estado allí, Lorito se hubiera puesto como un tomate.



7 comentarios:

  1. Me atrae mucho el tema francés de esta novela, además de lo picarescas que resultan algunas de sus líneas. El secretario me recuerda en ciertos instantes a Christian Grey de "50 sombras" pero no acabo comprendiendo el por qué.

    Besos,
    Abel Jara Romero

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    1. Que te recuerda a Grey??????? Casi me da un mal, francamente. Un tipo que me parece lo peor de lo peor comparado con mi Alain.
      El pobre está llorando, que lo sepas! !

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