sábado, 27 de abril de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: "EL INGREDIENTE SECRETO"



EL INGREDIENTE SECRETO

 

 

“…Katriona, la vengadora vampira, acarició el aire a unos escasos dos milímetros de donde se hallaba la piel de su amante lacustre, lamentando el hecho de que su simple roce pudiera matarle.

-Algún día –musitó Jaar-arrel con su leve acento burbujeante a causa de las branquias que adornaban los elegantes costados de su fuerte cuello.

-Algún día –respondió Katriona, con una voz apenas audible, bajando la mano, convertida ahora en una garra de furia-. Algún día mataré al troll que nos hizo esto amor mío. Algún día lograremos estar juntos…

Jaar-arrel sonrió de una manera que iluminó su cara llena de escamas de un modo que encogió el corazón otrora frío de Katriona. ¿Cómo había podido una criatura como él convertirse en lo más importante de su vida?

-Algún día –dijeron los dos volviendo la vista hacia la montaña donde moraba su última esperanza de estar juntos.

Allí, en una profunda cueva llena de trampas se encontraban el libro y el cáliz de Moorfuzz, el viejo mago que había creado todos los hechizos habidos y por haber en el mundo. Si los encontraban quizás… sólo quizás…

¡¡¡¡¡PERO ESO LO LEERÉIS EN LA PRÓXIMA AVENTURA DE KATRIONA, LA VENGADORA VAMPIRA, Y JAAR-ARREL, SU AMANTE LACUSTRE, MUY PRONTO EN TODAS LAS LIBRERÍAS Y GRANDES SUPERFICIES!!!!!

 

María apartó el manuscrito con una leve mueca de incredulidad. ¿Y era “eso” lo que estaba salvando a su editorial de la quiebra? Todos estaban de acuerdo en que no era un buen momento para la lírica, como suele decirse, pero vampiros y amantes lacustres… pero la moda es la moda y hay que sobrevivir.

Alzó la mirada hacia Rafael Cardona, su adjunto en las labores de editor, que la miraba con una inexplicable sonrisilla en los labios, y trató de fulminarlo con su legendaria mirada. No funcionó, pero al menos él dejó de reírse.

-Y bien, Morticia, ¿cuándo crees que tendrás el siguiente manuscrito? –le preguntó a la indescriptible criatura que se sentaba ante ella. Aunque decir que estaba sentada era decir demasiado…

Rebeca Solís, alias Morticia, estaba derrengada encima de su carísima silla de cuero, clavando sus tacones de aguja sobre el asiento, dejando su huella indeleble sobre él, como en el bote de bolígrafos, donde había marcado unas bonitas huellas dactilares de maquillaje blanquecino.

Vestía lo que sólo podía calificarse como capas y capas de harapos de colores que viraban del gris oscuro al negro, pasando por el antracita, con alguna ligera nota en vivo rojo sangre. Llevaba el pelo cardado enmarañado y entreverado de plumas de cuervo (o al menos ella creía que lo eran), y telarañas.O quizás eran sólo pelusas de la almohada. Su maquillaje era lo únicamente destacable en ella, porque Rebeca Solís, alias Morticia, no era tonta, sabía que era hermosa, y que tenía una imagen que mantener, así que su rostro siempre estaba perfectamente maquillado y sería la envidia del mismísimo Marilyn Manson.

Sus increíbles ojos grises, sorprendentemente claros miraban en ese momento a María cargados de malicia.

-Pues no lo sé, Mary –respondió, pronunciando su modo a la inglesa, sabiendo muy bien que a María le sacaba de quicio-, ya sabes que eso no depende de mí… la inspiración viene y va…

Muy cerca de ella Rafael ahogó las risas fingiendo un ataque de tos. María lo ignoró. En ese momento necesitaba toda su concentración para darle una lección a esa niñata. Decidió que esta vez no pasaría de un par de caprichos baratos, al fin y al cabo, nadie sabía mejor que María que Morticia no era imprescindible…

-Necesito vacaciones –comenzó la muy perra-. La última novela de Catalina ha sido más dura que las demás…

-Se llama Katriona… -masculló María apretando los brazos de su silla hasta que los nudillos se le volvieron blancos como el hueso-. ¿Cómo vas a hacer la rueda de prensa de esta tarde si ni siquiera sabes los nombres de los protagonistas?

Los ojos de Morticia se volvieron, inocentes como los de un bebé, hacia Rafael.

-¿Otro resfriado? –intervino el caballero en su brillante armadura.

María puso los ojos en blanco, tanto que le hicieron juego con los nudillos.

-Largo de aquí, niñata. No quiero verte hasta dentro de dos horas. Rafael te dará unas notas sobre la novela y quiero que te las aprendas de memoria. Si cuando tus fans te pregunten qué número de pie calza Katriona no te lo sabes, te pondré de patitas en la calle, ¿me entiendes?

Morticia hizo honor a su nombre y lució una palidez digna de su apodo antes de abandonar la oficina tropezando con sus propias botas de tacones de sadomasoquista.

 

María tecleaba en el teclado de su ordenador sin escribir realmente nada, simplemente por mantener las manos ocupadas.

Cerca de ella, Rafael rondaba a su alrededor con las manos llenas de carpetas, aunque en realidad no hacía nada con ellas.

-Adelante, dilo –comenzó María-. Me he cargado a la gallina de los huevos de oro.

Sorprendentemente no lo dijo con tono de pesadumbre o de autoconmiseración, sino que se la veía satisfecha y aliviada. Buscar a otra chica gótica menos problemática sería coser y cantar, era lo que tenían las modas. Con sólo chasquear los dedos, tendría otra Morticia, u otras doscientas.

Rafael carraspeó.

-La verdad era que no pensaba en Rebeca –él siempre la llamaba Rebeca, quizá se debía a que tenía una hija adolescente a la que casi no veía, y aunque las dos jóvenes no tenían absolutamente nada en común, se la recordaba un poco, como una piedra a una alcachofa.

-¿Ah, no? ¿En qué pensabas entonces? –preguntó María, desarmada por el leve temblor que había detectado en la voz de Rafael. No podía ser. No después de tantos años.

Rafael dejó las carpetas de golpe sobre su mesa y se volvió hacia María, enfrentándola como Napoleón a su Waterloo particular.

-Hoy es San Valentín –dijo con las manos a la espalda, quizás para disimular que le temblaban un poco.

María disimuló una miradita a la caja de bombones medio vacía que escondía bajo una conveniente pila de papeles. Tenía forma de corazón y llevaba impresa la portada de la anterior novela de Katriona y su amante lacustre, “Venganza escamosa”. Algunos de los bombones estaban rellenos de una gelatina rojiza que simulaba ser sangre y otros estaban decorados con escamas de chocolate y tenían un extraño regusto a pescado, pero estaban buenos, y eran gratis…

-No tenía ni idea –mintió, sólo para fastidiarle, aunque no le engañó ni por un segundo.

-Como me imagino que no tienes planes… -contraatacó Rafael con inquina-, he pensado que podríamos cenar juntos. Nada romántico –añadió para estropearlo-, sólo para hablar y contarnos nuestras penas… antes lo hacíamos todo el tiempo…

“Antes” Rafael estaba casado y ellos tenían un lío apasionado que era un secreto a voces en la editorial, e incluso para Clara, la mujer de Rafael, que le había abandonado llevándose a su hija adolescente muy lejos de la perniciosa influencia de María. Curiosamente, su aventura había terminado junto con el matrimonio de Rafael y desde entonces lo único que habían compartido habían sido reuniones aburridas con aburridos escritores y excéntricas muchachas pasadas de vueltas.

Sin saber por qué, María se encontró echando de menos aquellas tardes robadas con ese hombre cariñoso y comprensivo que le había robado a otra y que no había sabido conservar cuando había podido ser sólo suyo.

-Prepararé algo en mi casa –se encontró diciendo-. Haré mousse de chocolate, sé que te encanta.

Rafael enarcó una ceja de aquella manera que hacía que a la mitad la plantilla de la editorial (y no solo a la mitad femenina) le temblaran las piernas.

-Creo que esos bombones te están volviendo blanda, querida.

-Mira quien fue a hablar –replicó María tendiéndole el resumen que había elaborado para que se lo diera a Morticia-. Dile que se lo aprenda bien, no quiero una mala crítica de esta novela. Un buen ejercicio anual y me podré retirar en cinco años.

Rafael rió su chiste particular, tomó el resumen, le echó una mirada por encima y clavó en María una mirada que hizo que ella volviera a mirarle, incapaz de concentrarse en lo que tenía que hacer.

-¿Algo más?

-¿Cuándo vas a escribir algo decente para variar?

Esta vez fue María la que alzó una ceja, aunque ese gesto no resultaba tan sexy en ella ni de lejos.

-¿Estás insinuando que las novelas sobre Katriona y su amante lacustre no son dignas de mi talento? Te recuerdo que, para empezar, se supone que ni siquiera sabes que las escribo yo, querido.

-Pero da la casualidad de que me reconozco en el personaje del chico pez, cariño. ¡Si hasta enarca la ceja como yo!

-¡Upps! ¡Qué desliz! Tómatelo como un homenaje –dijo, con un gesto de la mano que él se tomó como lo que era realmente, una despedida en toda regla.

Con un bufido que no concordaba para nada con su imagen de tipo educado y elegante, Rafael abandonó el despacho que compartía con María y buscó a Rebeca, la joven que representaba el papel de autora de las novelas que escribía María y que no se atrevía a publicar con su nombre.

La encontró en un rincón semipenumbroso, abrazada a una enorme taza de té humeante y a un más enorme aún tomo de “Guerra y paz” de León Tolstoi.

-Si María te pilla con eso le da un patatús –bromeó Rafael, sentándose en el decrépito brazo del sillón que ocupaba la joven, modosamente sentada con las piernas recogidas, como toda una señorita.

-Si se lo dijeras no te creería, las dos tenemos que mantener nuestra imagen de chicas duras –respondió Rebeca, metiendo una de las plumas negras de su cabello entre las páginas a modo de marcador-. Dame ese resumen. Le echaré un vistazo, aunque seguramente sé más sobre Katriona y Jaar-arrel que la propia María… soy la presidenta de su club de fans… -añadió, aunque por su cara Rafael jamás hubiera podido decir si lo decía en serio o no.

Rafael le sujetó la taza de té, tratando de evitar la tentación de husmear su contenido, mientras ella pasaba rápidamente las apenas cinco hojas del resumen que había redactado María sobre la última novela sobre la vengadora vampira.

-Puedes pegarle un sorbo, es sólo té con limón –murmuró la muchacha mirándolo por el rabillo del ojo al pasar la página tres-. Por cierto, ¿se lo has pedido?

Rafael, que había aceptado el ofrecimiento, estuvo a punto de atragantarse con el líquido ácido y ardiente, endulzado apenas con un poco de miel.

-Joder, niña, ¿a ti no se te puede ocultar nada?

Rebeca le dedicó su sonrisa más puramente Morticia, la que más sacaba de quicio a María.

-Rafael, querido –dijo, imitando magistralmente a la editora-. Yo aquí soy como Dios, lo sé todo antes de que ocurra. Bueno –siguió, recuperando la sonrisa aniñada que reservaba para Rafael-, ¿se lo has pedido o no?

Rafael suspiró y asintió con la cabeza tras admitir su derrota. No tenía nada que hacer contra aquel par de brujas maravillosas.

-Sí, cenamos esta noche en su casa.

Rebeca emitió un gemido sensual muy poco juvenil que hizo que Rafael le lanzara una mirada alarmada.

-Eso es como avanzar seis casillas de golpe, amigo. No desperdicies la oportunidad. Nada de bombones, ni de flores… si acaso rosas rojas, y un buen vino…

-¿Cómo sabes tanto de estas cosas?

Rebeca imitó su legendario gesto de la ceja enarcada de una manera bastante acertada.

-Rafael, tengo veinticuatro años.

-¿En serio?

Ella puso los ojos en blanco.

-No hace falta que alucines tanto, el maquillaje y el estilismo ayudan mucho. Hazme caso, Rafael, te lo digo como amiga. Quizás sea tu última oportunidad. María es un hueso duro de roer. Échale huevos o… en fin… no creo que haga falta que diga nada más.

 

María trató de disimular su satisfacción tras la rueda de prensa.

Estaba contenta. Más que contenta.

Las fans estaban contentas.

Los periodistas estaban contentos.

Y Morticia se había portado inesperadamente bien. Había estado centrada y había respondido bien y educadamente a todas las preguntas, y sólo por eso se merecía un premio, quizás un nuevo modelito.

-Rebeca, querida… -comenzó con su voz de cuando estaba feliz, o sea, dos tonos por encima de lo normal, lo cual crispaba los nervios de sus interlocutores.

-Hola, Mary –respondió la muchacha, sólo por fastidiarla, lo cual bajó el tono de voz de María dos tonos, dejándolo en su tonalidad habitual.

-Sólo quería felicitarte por lo bien que lo has hecho esta tarde.

-Vaya, gracias. Un cumplido de tu boca no se escucha todos los días. Me ha dicho Rafa que esta noche habéis quedado.

María entrecerró los ojos y buscó a Rafael por la sala. ¿Por qué diablos le había contado a esa mocosa lo de la cena?

-¿En serio? –preguntó María, con voz gélida.

-Me han dicho que la sangre es un afrodisíaco excelente –comentó la joven como al desgaire antes de dejarla boqueando como un pez que se ha quedado sin agua de repente.

 

María había preparado una ensalada de canónigos, roquefort y nueces de primero, merluza en salsa verde de segundo y planeaba preparar mousse de chocolate, el postre favorito de Rafael, para terminar.

Habían quedado en que él llevaría el vino, y María guardaba una botella de champagne Veuve Clicquot en el frigorífico esperando a una buena ocasión, y aquella lo era, sin duda.

Estaba rallando el chocolate negro sobre la nata hervida cuando sucedió el “incidente”. María no sabría decir qué diablos la había distraído, pero el rallador se le deslizó, arañándole la piel de la palma de la mano y arrancándole cinco gotas de sangre oscura y brillante, que cayó y se mezcló muy pronto con el resto de los ingredientes de la mousse.

Sufrió un instante de pánico. Tomó la cazuela y estuvo diez segundos exactos con ella bajo el grifo, a punto de tirarlo todo.

Era asqueroso.

Era antihigiénico.

Era sangre.

Su sangre.

“Me han dicho que la sangre es un afrodisíaco excelente”.

Las palabras de Morticia se inmiscuyeron en su cabeza como serpientes venenosas y antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, había mezclado los ingredientes y había montado la mousse, dejándola lista para el postre.

 

Rafael llegó a la hora convenida. Parecía tranquilo y se ofreció a poner la mesa, como cuando eran amantes y todo aquello era lo más normal del mundo.

Durante un par de horas María se olvidó del “mousse con sorpresa”, como había comenzado a llamarlo dentro de su cabeza.

“Oh, maldita Morticia, seguro que ahora mismo estarás retorciéndote de risa en tu ataúd de diseño”, pensó María mientras sacaba las elaboradas copas de la nevera y las colocaba en la mesa.

-Me encanta tu mousse –sentenció Rafael, tomando una cuchara y atacando el cremoso postre sin miramientos.

María lo contempló con horror durante unos segundos, debatiéndose entre contarle la asquerosa verdad o mentirle y dejarle que se comiera el aderezado postre.

Más o menos a la mitad de la copa, Rafael se dio cuenta de que ella no comía.

-¿No vas a probarlo, por lo menos? Te juro que te ha salido mejor que nunca… no sé, tiene un toque distinto…

María consiguió esbozar una sonrisa tensa y alzó una cuchara con una cantidad mínima de mousse en la punta.

“Joder, pensó, a mí no debería darme asco, al menos es mi propia sangre”.

Sucedió algo extraño al meterse la mousse en la boca.

Estaba buena. Realmente tenía un “toque” distinto… quizás era la sangre o quizás era otra cosa. El caso es que María se encontró tomando un segundo bocado, y un tercero.

Y así muy pronto ambos habían terminado sus copas de postre.

Se miraron desde los lados opuestos de la mesa, con las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes, un calor sospechoso arremolinándose en ciertas partes de sus cuerpos dormidas durante mucho tiempo.

Ninguno de los dos sabría nunca quién dio el primer paso, pero lo siguiente que supo Rafael fue que María lo estaba besando como no lo había hecho nunca, con abandono, con cariño, con deseo, con amor.

Y Rafael… si eso era lo que había sentido siempre por ella, ¿por qué diablos no se lo había dicho nunca? ¿Acaso estaba tan ciego que no se había dado cuenta de que ella sentía exactamente lo mismo?

Camino al dormitorio, María y Rafael fueron dejando atrás las copas de mousse olvidadas, prendas de ropa desperdigadas, recuerdos dolorosos abandonados, vergüenzas exiliadas… y cuando al fin llegaron a la cama y se abrazaron al fin, solos el uno con el otro, el uno contra el otro, se dieron cuenta de que no necesitaban nada más.

 

María despertó cuando la luz del amanecer comenzó a entrar por la ventana, destrozándole los sensibles ojos, como  si hubiera pasado toda la noche de juerga.

Le dolía todo el cuerpo, aunque no era un dolor desagradable en absoluto, se dijo con una sonrisa traviesa…

Al ir a acariciar el brazo desnudo de Rafael, que aún le ceñía la cintura como si fuera a desaparecer en cualquier momento, sintió una punzada dolorosa en la palma de la mano y recordó la herida producida por el rallador.

Todos los recuerdos de ayer le vinieron encima como un cubo de agua fría.

Aunque claro… lo que había ocurrido no tenía que haber sido necesariamente a causa del “ingrediente secreto”…

En todo caso, era sábado y tenía todo el fin de semana entero para disfrutar de su redescubierta pasión. Ya se preocuparía el lunes, si tenía que hacerlo.

-Joder, ¿quién iba a pensar que la sangre en la mousse iba a producir ese efecto? –murmuró casi con una sonrisa.

Nada más decirlo supo que su idílico fin de semana podía haber terminado aún antes de empezar, porque sintió que el brazo de Rafael se tensaba alrededor de su cintura.

¡Oh, mierda! ¿Realmente lo había dicho en voz alta?

 

 


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el relato y ese toque gracioso. menudo ingrediente secreto!!!jajaja

    Un saludo!!

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  2. Ainssss yo siempre digo que nunca sabes lo que comes si no lo haces tú.
    Un placer tenerte por aquí.
    Nos leemos!!

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